Después de 30 horas de ferry desde Wadi Halfa (Sudán) y de un desembarco un poco estresante, llegábamos a Aswan en Egipto.
La aventura realmente se acababa, aunque la idea inicial era cruzar Libia para encontrarnos en Túnez con familia y amigos, las últimas noticias del país árabe eran malas, estaba muy peligroso y ya no daban visados, veríamos más adelante.
Desembarcamos y con alivio vimos la barcaza sin motor que, siendo remolcada, había traído nuestras motos y las de la pareja alemana. Bueno, habían llegado, pero faltaba la dura batalla de pasar por aduanas.
Junto con los alemanes, habíamos contactado con otro fixer para ayudarnos con las gestiones, excepto en Wadi y aquí en Aswan, nunca habíamos utilizado fixers en los dos años de viaje, pero Egipto es desesperante por su burocracia y sus pocas ganas de ayudar al viajero.
Pero íbamos preparados, ya sabíamos lo que nos encontraríamos, ahora con internet hay muchas menos sorpresas y contratiempos.
Y por allí apareció el fixer Kamal, tenía un buen negocio en marcha ayudando a viajeros a fluir por la burocracia de las aduanas. ”Kamal is famous!”, repetía enseñándonos tarjetas de viajeros y su libro con mensajes de todas las personas con las que había llegado a prosperar de taxista a fixer de profesión.
Egipto es el único país de África en el que entrar sin Carné de Passage iba a ser complicado, en la R 1200 GS poseíamos este documento, no así en la GS 650 que compramos en Sudáfrica.
Por internet sabíamos las dos opciones que teníamos, la que en aduanas querían y que nos plantearían como única, que era vendernos un CDP por 400 o 500 euros sólo para Egipto, un auténtico robo. Y la segunda opción, por la que algún viajero ya había optado, era, como en otros países hicimos, realizar una importación temporal dejando un depósito que recuperaríamos al sacar el vehículo del país.
Según entramos en la oficina para hablar con el jefe de aduanas, le planteamos nuestra opción, decía que era imposible y que teníamos que pagar el CDP, pero después de negociar y agotarle, decidió que ok.
El día siguiente lo pasaríamos yendo de un lado para otro para recuperar las motos; sólo llevábamos un par de horas en Egipto y la burocracia nos saturaba.
Kamal nos llevó a Aswan desde el puerto y mientras conducía su taxi destrozado, seguía enseñándonos todo su historial de viajeros.
Nos llevó a un buen hotel, comparándolo con los alojamientos de Sudán o con la última noche en la cubierta del ferry. Por la situación de la revolución en Egipto, el turismo era muy escaso y daba pena ver una ciudad como Aswan con tan poco movimiento.
Una pizza y unas cervezas a orillas del Nilo, con la pareja de alemanes, nos prepararon para el maratón burocrático que nos aguardaba al día siguiente.
Fue un día intenso. Estuvimos de un lado para otro, esperas, propinas, regateos, cabreos…, pero en un día conseguimos sacar las motos de la aduana, resultando mejor de lo que esperábamos.
Contentos por tener las motos, y aunque pensábamos quedarnos algún día más en Aswan, preparamos equipaje y al día siguiente pusimos rumbo al Mar Rojo.
En los primeros kilómetros saliendo de Aswan, en los que seguimos el cauce del Nilo, el paisaje es mucho más verde que el que nos encontraríamos al cruzar el desierto hacia el este.
La situación en Egipto estaba tranquila, pero todavía había muchos controles policiales y militares y en nuestra ruta hacia el Mar Rojo fuimos escoltados en varias ocasiones.
Llegamos a Marsa Alam y fuimos a un resort espectacular, el Laguna Beach, dándonos un homenaje, con unas mini vacaciones, un chollo por internet, con pensión completa, vaya buffet!. Y cuando deberíamos estar contentos con las comodidades, nos dimos cuenta que echábamos de menos los alojamientos llenos de viajeros y mochileros. Estábamos rodeados de turistas y la sensación de que la aventura llegaba a su fin no ayudaba.
La idea de subir por el Mar Rojo era poder hacer unas inmersiones, los dos habíamos buceado antes en él, sin duda uno de los mejores destinos para la práctica de ese deporte. En esta ocasión, Pilar tenía un constipado fuerte que no le permitió hacerlo.
Las inmersiones fueron una pasada, hicimos parada en tres puntos de buceo, Marsa Alam, Abu Dabab y Hurgada. Hubiéramos alargado la estancia, pero desde España nos llegaban noticias de que sería bueno que no nos retrasáramos mucho y aunque no explicaban los motivos, no había tiempo para entrenernos, teníamos que ir subiendo hacia El Cairo y luego Alejandría.
A estas alturas ya estaba casi confirmado que por Libia no se podía pasar, así que teníamos que buscar la forma de enviar las motos a Europa.
Cuando llegamos a El Cairo, fuimos directamente a las Pirámides; por internet encontramos un hotelito justo enfrente, su gran azotea nos hizo disfrutar de unas excepcionales vistas por la mañana, tarde y noche. Además, la primera noche, tuvimos final de Copa del Rey que ganó el Madrid al Barcelona. El dueño del hotel, casado con una española, hablaba perfectamente castellano y era más madridista que yo.
Ya conocíamos El Cairo, pero en moto era diferente, caos brutal y bocinazos continuos, pero la verdad es que a estas alturas y después de tantas ciudades y países, no fue para tanto.
Allí teníamos que solucionar un problema, la corona de la moto de Pilar estaba destruida, los últimos 200 kilómetros sonaba muy mal y por momentos pensábamos que la cadena no aguantaría.
Llamamos a BMW El Cairo, pero nos informaron que tardaría mucho. La comunidad motera se movió por las redes sociales y Ehab nos ofreció la corona de su GS 650 sin saber cuando podría recibir recambio, solidaridad motera!
Llevamos la GS al mejor taller de motos de la capital, un sitio peculiar, pero lo importante era que el mecánico Mohamed era un crack y allí se veían motos grandes que nos daba seguridad. Mientras esperábamos a Ehab, nos invitaron a comer.
De vuelta, paramos en la plaza Tahir o plaza de la Liberación, epicentro de la revolución en la primavera árabe, y allí hablamos con jóvenes que nos explicaron lo que pasó en ese lugar hacía unos años.
Después de varios días en la capital, tocaba ponerse en marcha para llegar a Alejandría en el norte de Egipto, preciosa ciudad bañada por el Mediterráneo.
Antes de abandonar El Cairo, teníamos el objetivo de meter las motos en la zona de las Pirámides, si bien no están autorizadas, por lo que tuvimos que negociar con la policía, pero lo conseguimos. Como premio, nos llevamos unas espectaculares imágenes con las motos a los pies de las Pirámides de Giza.
La llegada a Alejandría fue complicada, un atasco por obras no nos dejaba circular, en África cuando hay atasco no queda espacio sin ocupar por coches, camiones o furgonetas, ni las motos caben y menos con las maletas.
Habíamos quedado con Omar Mansour, moto viajero egipcio que nos contactó hace tiempo por Facebook y que ayuda a los viajeros que pasan por allí. Ante nuestra sorpresa, nos llevó a un apartamento y nos dijo que podíamos quedarnos allí el tiempo que necesitáramos. Nos pidió la cena, despidiéndose hasta el día siguiente, increíble hospitalidad beduina. El vivía en el edificio de al lado con su mujer y sus cuatro hijos.
Los planes para llegar a España no estaban nada claros. Sin haber descartado totalmente la opción Libia, lo primero fue ir al consulado para ver como estaba la situación en ese país. Después de pasar tres horas allí, conseguimos hablar con el cónsul. La situación en Libia era la de un país sin control, con muchos grupos armados y nada de seguridad. Aunque me dijo que nos llamaría para ver si podían darnos visado, estaba claro que no lo iban a hacer. Fuera del consulado aguardaba Pilar con la moto y con tanto tiempo esperando, había hablado con varios libios que la decían que era imposible cruzar Libia hasta Túnez.
Una pena, hacía tan sólo tres meses la situación era más tranquila y se podía viajar con precaución y apoyo local. Descartada la opción libia, teníamos dos opciones, por tierra, podíamos ir a Israel y de ahí ferry a Grecia, pero tendríamos problemas teniendo visados de países musulmanes y además supondría tiempo; o por mar, embarcando en un ferry con destino a Italia, pero no estaba operativo por la guerra en Siria donde hacía escala.
Al salir del consulado fuimos al Corniche, paseo marítimo de Alejandría, con edificios muy similares a las ciudades europeas, una preciosa ciudad.
Llegar al Mediterráneo fue un momento importante para mi, significaba haber cruzado en moto los cinco continentes completamente de punta a punta. A Pilar le falta América, quizás algún día…
Contactamos con una empresa de transporte y nos dio la opción de enviar las motos a Valencia a precio razonable. No era la forma de terminar el viaje que habíamos pensado, pero a veces las cosas no salen como planificas. Y desde España las noticias familiares eran que no nos retrasáramos.
Como todo en Egipto, nada es fácil y la burocracia es agobiante, los papeleos para enviar las motos nos llevaron un día entero.
Los días que quedaban hasta que tuvimos que llevar las motos al puerto, los pasamos haciendo algo de turismo, un poco de playa, comiendo buen pescado con la familia de Omar y sobre todo pensando en la vuelta a España después de dos años.
Llegó el día de llevar las motos al puerto, quedamos con el agente en la puerta principal, ante nuestra sorpresa nos dice que nosotros no podemos entrar porque no estamos autorizados.
-Bueno, que nos autoricen, ¿no?
-Es que tarda tres días.
-¿Cómo?
La burocracia en Egipto no tiene límites y desespera. El problema no era que no pudiéramos entrar, sino que necesitaban las llaves para rodar hasta el container, acojo… Eso. Después de un par de horas diciéndoles que no era posible, aunque estaba claro que no había más opciones, le dije al ‘experto’ que llevaría la moto, que se montara en la R 1200 GS y la pusiera recta, evidentemente no podía.
Y ver como casi se le cala y que no podía con la moto, fue la última vez que vi la Adventure hasta España, a saber como las encontraríamos en Valencia, la de Pilar nos preocupaba menos: más bajita y menos pesada. A lo que nos negamos en rotundo fue a recuperar las llaves en España, por la tarde nos llevarían las llaves. Esta última experiencia nos hizo tener ganas de salir de allí y contábamos los pocos días que nos quedaban para volar a Madrid.
Habían sido más de 100.000 kilómetros de viaje por 40 países durante 21 meses. El día que salimos de Madrid esa no era la idea, pero lo mejor de este tipo de viajes es la flexibilidad total y el poder variar tus planes a diario y libremente.
Había muchas ganas de encontrarnos con la familia y los amigos y el recibimiento en el aeropuerto fue una buena sorpresa. Pero la mezcla de sensaciones era brutal, por un lado contentos de regresar, pero por otro, el haber terminado esta aventura de dos años de duración nos entristecía y personalmente con pocas ganas de volver al redil de la vida cotidiana y rutinaria.
Bueno, me imagino que queréis saber como llegaron las motos a Valencia, pues no lo hicieron perfectas, pero tampoco muy mal, el único desperfecto importante en la Adventure fue que habían doblado el caballete central y se enganchaba con la pata de cabra al recoger ambos.
Desde Valencia, las motos nos las trajo la empresa Plastic Omnium en uno de sus camiones, ¡Muchas gracias a su gerente en España Alejandro Arderius!
Matricular la moto de Pilar e España nos ha llevado mucho más tiempo de lo esperado, por una documentación que tuvimos que pedir a Alemania y a día de hoy todavía estamos en proceso de recuperar el dinero depositado en Egipto para realizar la importación temporal de la GS 650.